¿Cuáles son las
destrezas que permiten separar a un buen abogado de otro que no lo es? ¿Saber
argumentar para ganar un caso? ¿Ayudar al cliente a conseguir su propósito a
cualquier costo? ¿Conciliar para evitar los tribunales? ¿Disponer de buenas
relaciones para utilizarlas en favor del cliente? ¿Regirse por un código de
ética y prestar servicios pro bono? Un litigante, un consultor y dos académicos
conversan acerca de lo que significa ser un buen abogado en México.
Laveaga: Cuando
comenzaba a estudiar Derecho, un compañero mío fue a dar a una delegación de la
procuraduría capitalina por haber provocado daños a la propiedad en un
accidente de tránsito. Uno de mis maestros, que tenía fama de ser excelente
abogado, se ofreció a defenderlo. Yo lo acompañé. “Voy a ver a un gran abogado
en acción”, pensé entusiasmado. Pero lo que hizo este “gran abogado” fue “dar
dinero al subdelegado” y fue así como “rescató” a mi compañero. “¿Esto es un
buen abogado?”, pensé. Muchos años después de aquel incidente, que me dejó
marcado, pregunto a ustedes: ¿qué hace que un abogado sea considerado un buen
abogado en México?
Carbonell: Yo destacaría
cuatro competencias de las que no puede carecer un abogado eficiente: capacidad
de argumentación jurídica, eficacia en el análisis, destreza comunicativa (los
clientes suelen quejarse de que no entienden a sus abogados) y habilidad
negociadora para dirimir cuándo conviene judicializar un problema y cuándo no.
De la Garza: La sociedad
considera que los buenos abogados son los que logran que sus clientes eludan el
cumplimiento de sus obligaciones, sin mayores responsabilidades. El buen
abogado, pareciera, es el que utiliza argumentaciones formales y no de fondo
para lograr un resultado que no es estrictamente justo. Yo, por el contrario,
opino que un buen abogado es aquel que logra que sus clientes cumplan en los
mejores términos sus obligaciones, los asesora de forma preventiva y presenta
las mejores opciones para actuar dentro del marco legal.
Junquera: El que sabe
resolver los problemas a favor de su cliente es, finalmente, el buen abogado. A
veces un cliente te contrata para ganar tiempo y tu trabajo es ayudarlo a
conseguir su propósito. El buen abogado, además, verifica que cada parte en un
conflicto reciba lo pactado.
Laveaga: “Resolver los
problemas a favor de tu cliente”, dices: “Ayudarlo a conseguir su propósito”…
¿A cualquier costo?
De la Garza: Vivimos en un
país profundamente desigual, en el que la justicia se aplica de forma selectiva
y donde el dinero y las relaciones juegan un papel importante en la forma en
que se resuelven los problemas jurídicos. No podemos negarlo. Muchos abogados
en nuestro país no se sujetan a códigos de ética, por lo que pareciera que, al
presentar soluciones a los problemas de sus clientes, la premisa que opera es
que el fin justifica los medios.
Laveaga: Reformuló la
pregunta: ¿se puede ser un buen abogado en un escenario de corrupción?
Carbonell: No. Ante la
corrupción, las destrezas de las que he hablado no tienen razón de ser ni
utilidad alguna. Pero, para contestar la pregunta, estamos partiendo de un
marco ideal, ¿o no?
De la Garza: El
contexto que prevalece es el de una amplia corrupción, pero existen espacios en
los que podemos dignificar nuestra profesión. La corrupción impera, dado que
muchos abogados prefieren mantener el statu quo y ejercer la profesión alejada
de los principios éticos. Considero que estamos obligados a formular propuestas
y a hacer planteamientos para consolidar el Estado de Derecho.
Junquera: No todo tiene
que resolverse en los tribunales: un buen abogado debe saber, incluso,
conciliar cuando esto sea posible y evitar los tribunales. Este abogado suele
ser mejor que aquel que todo lo lleva ante un tribunal.
Carbonell: Creo,
también, que un buen abogado debe ser capaz de transmitir a su cliente las
probabilidades de éxitos, vaya a juicio o no. Pero, insisto, esto en un
escenario ideal.
Laveaga: Sin embargo,
la corrupción exige dos partes: ¿hoy día contamos en México con un sistema que
permita que existan buenos abogados? Y si los tuviéramos, como lo exigen
quienes quieren pugnar por la colegiación obligatoria, ¿de qué serviría en un
escenario oscuro donde nadie advirtiera sus destrezas? Por otra parte, ¿los
jueces estarían a la altura de esos buenos abogados?, ¿tenemos los jueces que
merece en México?
De la Garza: No podemos
generalizar. Por supuesto que tenemos buenos y malos abogados. Contamos con
excelentes jueces. Lo que necesitamos es generar un sistema que nos permita
establecer un estándar para conocer quiénes son los buenos abogados. Un tema
que ayudaría enormemente es la colegiación obligatoria. A manera de ejemplo,
podríamos identificar elementos objetivos como las horas de estudio que dedican
éstos a cada caso. Hay de todo. Lo que puedo decir es que en las entidades
federativas se agudizan los problemas, pues hay menos controles que en el
ámbito federal.
Junquera: A nivel
local, en efecto, se percibe mucha deshonestidad, a diferencia de lo que sucede
a nivel federal.
Laveaga: ¿Lo que están
diciendo es que se tienen más posibilidades de ser un buen abogado en el ámbito
federal que en el local?
De la Garza: En los dos
ámbitos se puede ser un buen abogado, pero considero que en la jurisdicción
estatal se requiere hacer un esfuerzo importante para dotar de recursos a los
poderes judiciales de las entidades federativas y lograr una verdadera
independencia del Poder Ejecutivo.
Carbonell: Por poner un
ejemplo, si prolongas excesivamente un juicio, quizás estés haciendo un
servicio a tu cliente —ya sea en el ámbito local o en el federal— pero estás
dañando a la comunidad. El buen abogado no puede pasar los costos de su cliente
a la sociedad. El buen abogado, en suma, no lo es sólo porque sirva a su
cliente sino porque sirve a la sociedad.
Laveaga: ¿Un buen
abogado que, entonces, posea las destrezas que has mencionado pero que se
dedique a defender asuntos poco éticos o asuntos que dañen a la sociedad sería
un mal abogado?
Carbonell: Si
enfrentamos el problema desde el punto de vista del cliente, las cosas cambian.
En toda prestación de servicios hay una valoración subjetiva.
Junquera: Cuando se da
un buen servicio, apegándonos a principios señalados en la ley, se está frente
a un buen abogado.
De la Garza: El problema,
sin embargo, atraviesa por los códigos de ética y el marco normativo que nos
rige. En México urgen códigos de ética. ¿Dónde se hallan los parámetros que nos
digan qué asuntos sí y qué asuntos no defender? El abogado ideal debería
resolver problemas en un marco ético, enfrentando a su cliente con la realidad.
En esta reflexión se encuentra lo que hemos dicho en la Barra Mexicana, Colegio
de Abogados: es urgente adoptar la colegiación y la certificación obligatorias.
Necesitamos contar con un estándar ético para evaluar quiénes son los buenos
abogados y quiénes son los malos. La sociedad necesita tener un parámetro
objetivo para determinar quién es quién en materia jurídica.
Laveaga: El tema de la
colegiación es otro gran desafío: he escuchado tantos argumentos brillantes a
favor como argumentos brillantes en contra…
Junquera: Atengámonos a
lo que tenemos hoy por hoy. El buen abogado debe jugar con las reglas que
existen y no juzgar si éstas son dañinas o benéficas para la sociedad. Si
debiera haber colegiación obligatoria o no, ése es un trabajo del legislador.
Los diputados y los senadores, eso sí, deben asesorarse de abogados que los
ayuden a entender el contexto en el que trabajan y, también, a crear los mecanismos
para prevenir conflictos.
De la Garza: ¿Dejamos,
entonces, que cada cliente decida si el abogado es bueno o no?
Carbonell: No, no. La
valoración del cliente no es lo que hace a un buen abogado. Su capacidad de
argumentación y análisis son los elementos que deberíamos considerar para poder
determinar la calidad de un abogado.
Junquera: Si le das
certeza de que le vas a resolver, sí. Y aquí entran muchos factores. La buena
argumentación y el análisis acerado ayudan, pero éstos no te convierten en buen
abogado. Un abogado que te da confianza es preferible al mejor argumentador y
al más atento analista.
De la Garza: En lo personal,
considero que es urgente tener esquemas para sancionar a quien no cumpla con
los parámetros de ética profesional. No contamos con un mecanismo para retirar
cédulas profesionales ni iniciar procesos civiles o, en su caso, de carácter
penal por malas prácticas profesionales. No tenemos un esquema que permita a
los clientes recuperar los daños y perjuicios que les ocasiono la actuación de
un mal abogado. En México no se sanciona a los malos abogados. Nunca han
cancelado una cédula, aun cuando el abogado defraude a su cliente. En suma, con
el marco normativo actual, no hay forma de distinguir a un buen abogado de un
mal abogado.
Junquera: ¿Nosotros no
sabemos quién es un buen abogado y quién no lo es?
De la Garza: Quizás tú y
yo sí, pero la sociedad no tiene un mecanismo que le permita identificar las
buenas prácticas. La contratación de los abogados se hace sustancialmente por
recomendaciones de boca en boca, pero no está sustentada en conocer cuáles son
las capacidades objetivas de cada profesionista, ni mucho menos el conocer su
trayectoria.
Carbonell: Admito que no
tenemos un Estado de Derecho consolidado y que el Derecho está ausente del
mundo social. Reconozco que los abogados no son conocidos por el gran público,
pero el hecho de que la sociedad no pueda identificar a los buenos abogados, y
que el propio gremio no pueda evaluarlos con parámetros determinados, no
significa que no los haya.
Junquera: ¿El precio de
nuestros servicios no sería un parámetro? A veces cobramos por debajo del
arancel, pero nuestros honorarios pueden servir de base, ¿no creen?
Laveaga: Eso a mí me
parecería engañoso. Hay quien cobra cantidades millonarias por interponer
recursos sin ton ni son o por llenar machotes. Eso no lo convierte en buen
abogado, ¿o sí? ¿Dónde quedarían los abogados que trabajan pro bono? Hablo de
los que lo hacen en serio y no de los simuladores.
Junquera: La verdad es
que desconfío de los servicios pro bono, serios o no serios. No funcionan. Cada
cliente debe pagar por el servicio recibido. Cobramos por nuestros éxitos,
según sepamos defender o no los intereses de nuestros clientes.
Carbonell: Insisto: no
creo que los clientes puedan definir quién es un buen abogado. En todo caso, lo
definen los pares: el gremio profesional es quien posee, en todo caso, los
parámetros para evaluar.
Laveaga: ¿No das
ningún crédito a los mecanismos de sanción a los que se ha referido José Mario?
Junquera: Yo no. El
exceso de parámetros, ISO-9000 y reglamentación, lejos de dar certeza, la
inhiben. En mi experiencia, la sobrelegislación impide que haya buenas
transacciones y una mediación eficaz. Les expongo un caso: al hijo de un amigo
lo detuvieron. Yo lo saqué sin dar un centavo, haciendo una llamada telefónica.
¿Hice mal?
Laveaga: No, pero creo
que para eso no se necesita ser abogado. Tampoco para amenazar, como hacen
algunos, o incluso para extorsionar.
Junquera: Si sabemos
negociar, no hay que amenazar, extorsionar… ni regular.
De la Garza: Difiero de la
opinión de Ángel de no regular el ejercicio profesional. En muchos países se
cuenta con legislación específica que regula la abogacía, los derechos y las
obligaciones de nuestro gremio. No vamos a poder consolidar un verdadero Estado
de Derecho si no comenzamos por profesionalizar a los abogados.
Carbonell: Coincido en
que es necesario regular para que los abogados utilicen las normas existentes y
trabajen en equipo. Los asuntos suelen ser complejos y requieren
multidisciplinariedad. Los buenos abogados deben tener capacidad organizativa.
La llamada telefónica que hizo Ángel resolvió un problema pero, ciertamente,
eso no lo convierte en buen abogado.
Junquera: Un buen
abogado, creo, arma estrategias y —vuelvo a lo mismo— resuelve problemas
grandes o pequeños. A veces tiene que coordinarse, claro. Pero a veces no.
Laveaga: ¿Un abogado
que echa mano de recursos legales para evitar que asesinos y violadores pisen
la cárcel es un buen abogado? ¿Recuerdan la película El abogado del diablo, en
la que la moraleja es que los problemas sociales no son responsabilidad de
violadores y narcotraficantes sino de quienes les permiten actuar impunemente:
los abogados?
Carbonell: Si la ley
tiene huecos y ese abogado convence al juez para que sus clientes no vayan a
prisión, no veo el problema. Mientras lo haga dentro de la ley, puede hacerlo y
ser, sí, un excelente abogado.
Laveaga: ¿Qué papel
jugarán las relaciones públicas en el ejercicio profesional?
De la Garza: Éste es otro
tema que quizás requiera un marco normativo. Pienso en el alegato de oreja: ¿es
válido que una sola de las partes pueda hablar con los jueces y los magistrados
que llevan su caso, sin que se encuentre presente la parte contraria? Cuando se
ha intentado establecer reglas a la práctica de los alegatos de oreja para
establecer que siempre deban estar presentes los abogados de las partes, los
primeros que se han opuesto son, precisamente, los abogados. Hay una gran
resistencia del gremio de que la ley limite que el ejercicio profesional se
base más en las relaciones públicas.
Carbonell: Sin embargo,
nadie puede negar que son imprescindibles para ser un buen abogado. No se puede
serlo si se carece de una red de influencias. Se necesita una gran capacidad de
relaciones públicas para ser un buen abogado.
Laveaga: Les confieso
que la oscuridad en que se trabaja actualmente en México me hace complicadísimo
saber cómo distinguir al buen abogado del que no lo es. ¿Los abogados más
respetados lo son por dar clases o por escribir libros? Ninguno de nosotros
conocemos su modo de trabajo ante los tribunales: ¿sobornan?, ¿amenazan?, ¿se
apegan a la ley? En lo personal, lo desconozco.
De la Garza: Ése es un
buen punto: mientras todo nuestro sistema se lleve por escrito, va a ser
imposible averiguarlo. La reforma conocida como juicios orales en materia penal
va a brindarnos una excelente oportunidad para poder ver a los abogados en el
ejercicio de su profesión. Es un buen principio de transparencia que se puede
llevar a otras materias que nos serviría para mejorar el ejercicio profesional.
Laveaga: Como todo es
tenebroso, tampoco sabemos cómo resuelven los jueces. A veces dicen: “el
Ministerio Público probó los hechos” y, a veces, “el Ministerio Público no
probó nada”. Pero la decisión, por más “fundada y motivada” que esté, es de
ellos. Pienso en el caso de los cinco generales que fueron consignados hace
unos años: un sujeto anónimo los acusó de algo que no se supo qué era y “se
presentaron pruebas” que nadie supo cuáles eran… ¡Y el juez halló suficientes
evidencias para enviarlos a prisión! ¿Qué pasó en el ínterin? ¿Qué se tomó en
cuenta para consignar, primero, y para absolver, después? ¿Algún día lo
sabremos?
Carbonell: En teoría
todo es público.
Junquera: Y así debiera
ser siempre. Si alguien quiere juicios privados, debe pagar.
De la Garza: Finalmente,
considero que todos coincidimos en que algo tenemos que hacer para mejorar la
forma en que se ejerce la profesión en México. Una gran parte de la población
no tiene acceso a la justicia, derivado de una mala práctica. Si bien es cierto
que la élite de este país puede contratar abogados de excelencia, tenemos que
reconocer que la gran mayoría necesita también tener acceso a buenos abogados
para resolver sus problemas.
Carbonell: Hoy tenemos
una esperanza: la oralidad procesal. Me alegra pensar que, con ella, todos los
mediocres van a quedar descobijados.
Miguel Carbonell: investigador
de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Gerardo Laveaga: profesor
en el Departamento de Derecho del Instituto Tecnológico Autónomo de México
(ITAM).
José Mario de la Garza: socio director de Bufete de la Garza, S.C., y primer
vicepresidente de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados.
Ángel M. Junquera: socio director de Junquera y Forcada, S.C., y director general de El
Mundo del Abogado.
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