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LOS JURISTAS DEL HORROR.¿Qué pasa cuando la justicia deja de ser independiente y se hace política? ¿Qué ocurre cuando la justicia se pliega a los amos del poder en un país?.Miles de personas inocentes privadas de sus derechos más elementales. Centenares de miles de seres humanos condenados por jueces y fiscales que actuaban, aparentemente, bajo el imperio de la Ley.

¿Qué pasa cuando la justicia deja de ser independiente y se hace política? ¿Qué ocurre cuando la justicia se pliega a los amos del poder en un país? En el caso de la Alemania nazi, lo que pasó fue inenarrable: No menos de seis o siete millones de ciudadanos, hombres, mujeres y niños, asesinados en un santiamén. Millones de desplazados, de muertos por hambre y enfermedades. Centenares de miles de ciudadanos perseguidos y martirizados. Miles de personas inocentes privadas de sus derechos más elementales. Centenares de miles de seres humanos condenados por jueces y fiscales que actuaban, aparentemente, bajo el imperio de la Ley.
A partir de 1933, es decir, desde que el Partido Nacionalsocialista llegó al poder, el ser opositor, o hasta el no ser nacionalsocialista, se convirtió en un crimen penado por jueces y fiscales. 
Luego del asalto al poder de los nazis, las cifras de presos políticos se multiplicaron varias veces. Y cuando Alemania se vio envuelta en la guerra que, para bien de la humanidad, acabó con el régimen hitleriano, se vieron casos que parecen haber salido de la imaginación del más exagerado de los novelistas. Soldados que por haber dicho que la guerra iba mal fueron fusilados, o que, por haber saciado su hambre con manjares destinados a los jerarcas nazis, fueron ahorcados. Desde luego, los que peor la pasaron fueron los judíos, convertidos por iniciativa de uno de los grandes “juristas” del nacionalsocialismo, Carl Schmitt, en “el enemigo” por antonomasia de aquella Alemania que, después de haber dado a Bach, a Goethe, a Beethoven y a centenares de hombres que llegaron a ser el orgullo de la humanidad, se rebajó a ser la patria de Goering, Goebbels, Rosenberg, Himmler y otros monstruos, dirigidos todos por un cabo fracasado, fanático, desequilibrado, demagogo, populista y carismático, llamado Adolf Hitler, que ni siquiera era alemán sino austriaco.
¿Cómo se llegó a ese extremo en materia jurídica? ¿Cómo pudo un país tan avanzado caer en manos de “juristas” que justificaban todos los crímenes de los nazis en nombre del “honor” alemán y de la “grandeza” alemana?
Ingo Müller, auténtico jurista, estudioso del derecho y de la historia de Alemania, narra con la precisión de un cirujano todo el proceso que llevó a la “justicia” alemana a convertirse en una aberración, proceso que en realidad no se inició con los nazis, sino que venía de los tiempos del Imperio y que, por desgracia, no cesó con la caída del Tercer Reich, sino que se prolongó en el tiempo y permitió que aquellos “horrendos juristas” siguieran dañando a Alemania y no recibieran el castigo que merecían.
Müller narra infinidad de casos en los que puede verse y palparse lo que vivió Alemania en manos de “juristas” politizados, convencidos con fanatismo y mentes primitivas de que en un proceso revolucionario, como lo fue el proceso nacionalsocialista alemán, la justicia estaba obligada a someterse a la voluntad del caudillo (en ese caso de Adolf Hitler), porque el caudillo (el Führer) está por encima del bien y del mal. La abyección de los jueces politizados y fanatizados llegó a tal extremo que uno de ellos, uno de los más importantes, manifestó públicamente lo siguiente: “El trabajo del juez no debería (ser) restringido por (…) por principios de seguridad jurídica formalista y abstracta, lo que es más, (los jueces) deberían hallar líneas claras y, cada vez que fuese necesario, sus límites, a través de las opiniones jurídicas del pueblo que han encontrado su expresión en la ley y que han sido incorporadas por el Führer.” ¡El Führer, un desequilibrado, ignorante y fanático, enemigo a muerte de los abogados y de la justicia, debía ser, según el “jurista” nazi, el orientador de los jueces! Los resultados de ese primitivismo fueron, entre otros, el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial: Millones de muertos inocentes, millones de seres desplazados y condenados a vivir un infierno en la tierra.
Pero hay mucho más. En especial interesa lo que se resume en el siguiente planteamiento del autor: “La prontitud de los tribunales en plegarse a los deseos de sus dueños políticos no se limitaba a los casos penales ni a las discriminatorias Leyes Raciales. En todas las áreas del derecho y en toda clase de tribunales, los opositores genuinos o supuestos del régimen eran privados de sus derechos legales”. He allí lo que todo pueblo debe sufrir cuando un régimen autoritario o totalitario copa todos los espacios y obliga a todos los poderes a humillarse ante el Ejecutivo. El humillado, finalmente, es el pueblo en pleno, que se ve privado de sus más elementales derechos, especialmente de su derecho a la justicia. Eso lo pagó bien caro el pueblo alemán, pero más caro lo pagó, en uno de los capítulos más negros y terribles de la historia universal, el pueblo judío. Y también otras colectividades consideradas “inferiores” por los bárbaros nazis, enemigos de la libertad.
Los Juristas del Horror, de Ingo Müller, es un libro que todo ser humano debería leer con cuidado y atención, para evitar que la perversión de la justicia se repita. Que nunca más la justicia se politice y se coloque en situación de servilismo frente a un Poder Ejecutivo intransigente y antidemocrático. No hay justificación alguna para que en nombre de una revolución se le haga tanto año a pueblo alguno.
La Editorial Actum ofrece a los lectores de lengua española esta traducción realizada por Carlos Armando Figueredo, jurista venezolano, Doctor en Ciencias (Mención Derecho), como una manera de alertar a los pueblos acerca de los peligros que implican el fanatismo y la irracionalidad cuando, en nombre de una revolución, convierten a algunos abogados en siervos de una corriente política en la que imperan el populismo y la demagogia, o, como dijo en su momento el escritor Rolf Hochhuth, en Horrendos Juristas.

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